Pálido el llanto de la combulsionada muerte;
(siendo "muerte" el más apropiado término para hablar
de un hedonismo ya olvidado, o de nulo reflejo de supervivencia)
corazón se retuerce de un placer que no es tal cosa, de pulsión saciada y consumada que de ninguna forma puede encontrarnos satisfechos, porque la trampa es que esa satisfacción precise justamente de dos, tres, innumerables distensiones más, que en realidad nunca se precipitan finalmente como tales... que nunca harán la voluntad de la voz que las ha nombrado, y de alguna manera así es como cobran vida propia y es un tercero el yo que ya no es y nos corrompe... tal como "el hombre que debería ser"... tal cual lo que el mundo erige y luego señala para derribar sin titubeos, sin escrúpulos... sin el más mínimo rubor.