tomad por las astas,
que lucen forma de corona corrompida
(tal vez por voraces hongos
ineludibles a través del tiempo
devotos de su propio accionar macabro y
[paradójico no?]
soberano)
a ese viejo y obstinado núcleo de fiebre
que renace
y despilfarra su vorágine de humo negro
su danza macabra
su claro mensaje devastador
su ladrido cúlmine
su último y vano desgarro;
apretaros hasta lo violáceo de la cólera
hasta las ganas y consiguiente pulsión de devorárselo desde las venas
desde primitiva ebullición
desde y hasta el inhóspito rojo vivo
desde y hasta el sentimiento más sensato posible.
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