La casa seguía siendo la misma, obviando lógicamente el estigma insoslayable del tiempo; todo estaba donde había sido dejado otrora; incluso ese viejo reloj de pared que todo lo observa desde un aparente y macabro silencio (silencio que se rompe ni bien se siembra sospecha acerca de su sigiloso caminar).
Había tomado mucho tiempo organizar las piezas necesarias para tamaña empresa, quiero decir, la que al regreso respecta. No fue fácil desprenderse del presente y del futuro para jugarse el todo por esa (posible y aparente) nada. Sin embargo una suerte de frenesí interno (no como esos fuegos cotidianos sino uno realmente vasto, apoteótico) le pidió desde la mismísima perla interior, volver unas cuántas páginas, capítulos, ¿libros? para buscar ese sinsaber que lo llene, que le dé forma, que lo empape de placer, que lo (re)signifique.
Muchos (generalicemos para hablar de lo que no sabemos) suponen que esta especie de auto-revisionismo conlleva una (otra) suerte de baño espiritual digno de ese riesgo, mientras los menos (sin incluirme en ninguna parte y, ¿por qué no?, pecando de tibio) creemos que el dolor y la nostalgia son amantes del filo de los besos.
Bien: centremos la atención en la casa, en el hombre, en la historia, léase, en el tiempo (y su paso inclaudicable). Vaya a saber cuál fue el motor del quía en cuestión para retroceder vitales casilleros en pos de... ¿qué? el asunto es considerar que el haber pensado que la casa estaría vacía era muy ingenuo de su parte, tanto que hasta doy por hecho lo previsible del asunto: habría que decidir, esta vez, cuál de los dos ocuparía el lugar correspondiente en ese umbral fosforescente, dado que la mujer dueña de los senderos del sentido ya no está, y cuidar de los gatos, cuando no de uno mismo, no es tarea nimia.
Guardarme tras mis párpados para ejercitar un viaje a más allá de la muerte. Leer la verdad en mis propias huellas (madres de su tiempo). En mi gente del alma delectar la concientizada caterva. (Miguel Abuelo)
martes, 26 de febrero de 2013
lunes, 25 de febrero de 2013
lunes, 18 de febrero de 2013
Los espejos rompían a diario con su anémica estabilidad psíquica, lo cual un poco jugaba como muestra de su dualidad característica (la suya y la del espejo, dualidad que, por cierto, lo somete a un sinfín de situaciones confusas, sobretodo cuando la ayuda de un tercero [o de él mismo, en rigor] no está entre las posibilidades).
Supo contarme de aquel episodio confuso una mañana en la que, según dijo, el sol no pudo con sus bajas intenciones respecto de someterlo al peso incomensurable del tiempo, el sueño, y esa vieja frazada que conoce acerca de los límites (y más allá) de la perseverancia, o (y acaso sin escalas), de los de la decidida obstinación.
Cuestión: el tipo me dijo que se lo tragó un espejo. Así nomás; sin tapujos, de frente mal, de una, zarpó. Bien. Evidentemente zafó pero, y lo digo de manera franca, tuve miedo. Y no adentré... me salitré de allitré al instantré.
El tema es que me llevó un buen tiempo procesar semejante (tan flamante) sapiencia: resulta que no podés ni hacer la fila para des-hipotecar un poco tu alma (presa inherente a la naturaleza de un león traji-corbato, capitABISMO) que ya corrés el riesgo de quedar atrapado (con todo y consciencia y bajezas y lo que sea) entre los confines de la inminente yeta hepta-tónica (la del espejo-guitarrista te la cuento otro día).
No obstante, lo que aquí importa es saber: ¿qué escamotean los espejos? ¿qué suerte de pasadizos nos guarda ese mundo paralelo en donde tal vez encontrarnos una segunda billetera, una segunda mujer, una tercera guerra y una infinidad de neo-logismos, sea la manera de coquetear con un infierno agridulce?
Yo creo que el miedo no pasa por la indecisión; ("yo me mando", dirán). El asunto verdaderamente jodido sería quedarse atrapado, al menos, por siete años, y no tener ni siquiera un disco de Mateo o el Flaco.
Supo contarme de aquel episodio confuso una mañana en la que, según dijo, el sol no pudo con sus bajas intenciones respecto de someterlo al peso incomensurable del tiempo, el sueño, y esa vieja frazada que conoce acerca de los límites (y más allá) de la perseverancia, o (y acaso sin escalas), de los de la decidida obstinación.
Cuestión: el tipo me dijo que se lo tragó un espejo. Así nomás; sin tapujos, de frente mal, de una, zarpó. Bien. Evidentemente zafó pero, y lo digo de manera franca, tuve miedo. Y no adentré... me salitré de allitré al instantré.
El tema es que me llevó un buen tiempo procesar semejante (tan flamante) sapiencia: resulta que no podés ni hacer la fila para des-hipotecar un poco tu alma (presa inherente a la naturaleza de un león traji-corbato, capitABISMO) que ya corrés el riesgo de quedar atrapado (con todo y consciencia y bajezas y lo que sea) entre los confines de la inminente yeta hepta-tónica (la del espejo-guitarrista te la cuento otro día).
No obstante, lo que aquí importa es saber: ¿qué escamotean los espejos? ¿qué suerte de pasadizos nos guarda ese mundo paralelo en donde tal vez encontrarnos una segunda billetera, una segunda mujer, una tercera guerra y una infinidad de neo-logismos, sea la manera de coquetear con un infierno agridulce?
Yo creo que el miedo no pasa por la indecisión; ("yo me mando", dirán). El asunto verdaderamente jodido sería quedarse atrapado, al menos, por siete años, y no tener ni siquiera un disco de Mateo o el Flaco.
sábado, 16 de febrero de 2013
un súbito frío
vedó mi pecho
un más allá... cercano, más bien;
jalando de mis pulmones, con una soga de tiempo,
tiempo que también se veía
en tan elástico afán
y la cabeza, como universo supra-terreno
(ensalada intergaláctica dentro de una psiquis avinagrada:
todo lo puede
todo lo vierte
todo lo que no: sugerirlo divierte)
y Tadeo me ve y comprende y su luz me cuida;
Hugo también aunque (intuyo) sin saberlo
y la casa es la misma
y la gata está ahí
y el amor es un recuerdo que adormila o anestesia nuestra eterna necesidad
de coquetear con los subsuelos
(dolorosos, pero siempre dulces)
vedó mi pecho
un más allá... cercano, más bien;
jalando de mis pulmones, con una soga de tiempo,
tiempo que también se veía
en tan elástico afán
y la cabeza, como universo supra-terreno
(ensalada intergaláctica dentro de una psiquis avinagrada:
todo lo puede
todo lo vierte
todo lo que no: sugerirlo divierte)
y Tadeo me ve y comprende y su luz me cuida;
Hugo también aunque (intuyo) sin saberlo
y la casa es la misma
y la gata está ahí
y el amor es un recuerdo que adormila o anestesia nuestra eterna necesidad
de coquetear con los subsuelos
(dolorosos, pero siempre dulces)
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