2022, tanto mucho y aglomerado todo en un pequeño espacio.
Estoy considerando seriamente la idea de si el tiempo no es acaso un artificio elástico.
Córdoba, Mar del Plata, San Luis. Acantilados otra vez.
Cambiar de tiempo, de amor, de música, ¿de ideas?.
Los afectos, los tragos, los antros, las mañanas donde seguimos de largo.
Destrabar taras: manejar, entrenar, volver a leer, volver a tocar.
Reencontrarnos.
Adoptar, extrañar y reinventarse.
Alguna injusticia ocupando lugar, empujar y algo de eso destrabar, porque puedo y porque impera y porque qué diría Papá.
Proyectar más de lo que se pueda sostener; de tanto algo quedará.
Despedidas, en este caso dos: recordatorio de finitud inevitable y parte inexorable de algo que vendrá. Paradojal.
Mi hermanita embarazada porque, claro: ya dijo Luis de las ciudades cayendo y pariendo, desatormentándose.
Y no podía ser de otra forma sino sería pesadilla: este año de crisol peri-psiquiátrico se condensa en el mundial.
Yo creo que sí, de sueños estamos hechos, o nos hacemos de ellos para intentar no derrapar.
Guardarme tras mis párpados para ejercitar un viaje a más allá de la muerte. Leer la verdad en mis propias huellas (madres de su tiempo). En mi gente del alma delectar la concientizada caterva. (Miguel Abuelo)
sábado, 31 de diciembre de 2022
martes, 20 de diciembre de 2022
La tercera
La otra vez pensaba en sus implicancias.
A priori, el fútbol es la imagen de mi Papá recostado; la tele y el partido más random jamás imaginado, maridando hermoso con ese perpetuo bucle de mates con la vieji.
Es tener diez años y que tus viejos gasten la cinta de un VHS que recrea tu único gol, el cual se observa en cámara lenta: las camisetas azules, el beso de la pelota a la red, la euforia juvenil.
Es el último regalo de mi abuela: unos botines y un conjunto deportivo de talle amplísimo, con el que la evocaría durante los años póstumos.
Es tener doce, haber aceptado la derrota y trocar disciplinas para intentar anotar algún otro tanto.
Es 2001, la plaza, los amigos y el reloj como única vía posible de acuerdo previo.
¡Ay, es tantísimas cosas!
Usina de maravillas en un año donde hemos perdido tanto, pero también vertido mares de emoción.
A priori, el fútbol es la imagen de mi Papá recostado; la tele y el partido más random jamás imaginado, maridando hermoso con ese perpetuo bucle de mates con la vieji.
Es tener diez años y que tus viejos gasten la cinta de un VHS que recrea tu único gol, el cual se observa en cámara lenta: las camisetas azules, el beso de la pelota a la red, la euforia juvenil.
Es el último regalo de mi abuela: unos botines y un conjunto deportivo de talle amplísimo, con el que la evocaría durante los años póstumos.
Es tener doce, haber aceptado la derrota y trocar disciplinas para intentar anotar algún otro tanto.
Es 2001, la plaza, los amigos y el reloj como única vía posible de acuerdo previo.
¡Ay, es tantísimas cosas!
Usina de maravillas en un año donde hemos perdido tanto, pero también vertido mares de emoción.
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