La otra vez pensaba en sus implicancias.
A priori, el fútbol es la imagen de mi Papá recostado; la tele y el partido más random jamás imaginado, maridando hermoso con ese perpetuo bucle de mates con la vieji.
Es tener diez años y que tus viejos gasten la cinta de un VHS que recrea tu único gol, el cual se observa en cámara lenta: las camisetas azules, el beso de la pelota a la red, la euforia juvenil.
Es el último regalo de mi abuela: unos botines y un conjunto deportivo de talle amplísimo, con el que la evocaría durante los años póstumos.
Es tener doce, haber aceptado la derrota y trocar disciplinas para intentar anotar algún otro tanto.
Es 2001, la plaza, los amigos y el reloj como única vía posible de acuerdo previo.
¡Ay, es tantísimas cosas!
Usina de maravillas en un año donde hemos perdido tanto, pero también vertido mares de emoción.
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