jueves, 2 de octubre de 2025


¿Te acordás de las figuritas holográficas, esas que tocaban muy cada tanto; que brillaban y parecían más reales, como si ocupasen más lugar? Yo siento que el tiempo es así, como si con dos o tres giros simples, pasado y presente pudieran encontrarse.
Vengo pensando mucho en este tema. Pasaron cuatro años desde que murió Juan. Recuerdo que decía, siempre: “no uses tanto el celu en la calle, un día te lo van a robar”. Dicho y hecho. El aparato es lo de menos, obvio, lo que más lamento es haber perdido sus audios de Whatsapp. A veces pienso en sus chistes ridículos, intentando traer por un segundo su risa socarrona. Es que me está invadiendo un miedo que siempre tuve: olvidarme de su voz. ¿Pero no es también la voz silencio, respiración, olor, presencia?. Me pregunto si se podría sintetizar un sonido en la memoria. El perfume tiene algo de hipervínculo. Me pasa cuando encuentro el tuco de mi abuela en el que hace Alba, o cuando doy con ése sahumerio que prendieron en otro velorio olvidable. Con la fotografía pasa algo similar. La otra vez encontré un álbum de cuando cumplí diez. Me di cuenta de algo loco. Si miro detenidamente alguna foto, casi me encuentro jugando a las escondidas, o comiendo torta, o pidiéndole a Alba que no vuelva a gritarme delante de mis amigos. Probé hacer lo mismo con las fotos de Juan, y estuve cerca de lograrlo, pero no. Ojo, no son imágenes mudas, pero las voces todavía son difusas. Entonces pensé que sería buena idea ir a la feria del Parque Rivadavia, la visita obligada de los domingos a la tarde, con ambos. Juan no era una persona particularmente lectora, pero jamás faltó en casa el suplemento deportivo, y siempre se llevaba algo más, porque si algo era bienvenido eran las cosas que salían poca plata. Revisando esos libros viejos, me acordé de esa copia de Crónica e Iluminaciones que me regalaron a los 25. A veces releo esas dedicatorias en silencio. Me gusta su contraste tan claro. La de Alba, más ampulosa y visceral. La de Juan, perfectamente equilibrada en su dulzura e infinito lunfardo. Doy vuelta la hoja y examino la profundidad del trazo con la punta del dedo índice. ¿Habrá escuchado su propia voz mientras escribía? Hoy me siento un poco más cerca de recuperar ese recuerdo borroso. Son todos los sentidos y ninguno. Todos los olvidos y al fin, la gola inconfundible de ese señor del Bajo Flores.

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