"¿Quién sos?"
preguntó su cabeza
ruborizada por lo irrespetuoso
de no (auto)mirarse a los ojos
Rodó
vio sus piernas
sus manos agitarse
el eco de su propia sien, quiero decir: de sí misma
No podía encontrarla en los sones
en los niños
en las guirnaldas
ni en el ocaso;
Atardeceres indomables
se baten a duelo
del puro embole que les provoca lo vano
de la búsqueda
(que sabe a sangre picada)
A esta altura, los poetas se preguntan:
"¿hablo de la cabeza,
hablo de los pesares,
¿o simplemente de ella?"
Y el enrosque del espacio
les concede, a cada uno, según corresponda,
el mote tan ansiado,
merecido... ¡pertinente! (idóneo... si es que habremos, al término, de atribuirle algo...)
para coronarlo (y ¡valgan los honores!), como buen:
¡Marciano!
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