¿Acaso no hemos sabido de quienes condicionan su destino, dada la fábula, vistas las estrellas, o vista la idiotez?
Sumergido en la desesperación inaudita, el ser deja a sus hojas ver la luz hasta la muerte, hasta la decadencia, hasta ser un nuevo sol, aunque despedazado, aunque marchito. Y busca su suerte en el juego, en todo exceso, en los placeres. Dentro del placer encuentra su baba perversa aturdiendo su espalda, ahora sometida, ahora ultrajada, otrora desconocida. Y en esa baba, la carga de libido, miedo y perversión consumada, la carga erótica del caos, la carga erótica de la erosión del ser, del corazón; corazón plagado de venenos y fiebres, pero de una fiebre diseñada por el arquitecto esquizofrénico del miedo, del amor-odio, del desamor y, en consecuencia, de la muerte. Y la muerte es la especie de contra-utopía imbécil en la cual pretendemos exonerarnos del mundo, por consiguiente, del terror de enfrentar la eterna e inexorable pared de complejos, inseguridades y frustraciones arraigadas a nuestro espíritu corrupto o quizás, y muy a pesar nuestro, ya suicidado.
Amén de ello: ¡valientes aquellas almas inquietas ansiosas de dar con un más allá, con una luna chorreante, con un día intangible! por lo pronto, prefiero dar con la fábula: darle con mi nociva frente.
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