domingo, 24 de abril de 2011


en mi encuentro
con el niño del espacio
olvidé de preguntar
todo eso que creemos saber:

¿cuántas sombras tiene cada ser?
¿cuántos amigos podrías recoger?
¿cuántas diarias sonrisas llega, en promedio, a contar?
¿cuánto tiempo soportan sin recibir amor?

Pero eso sí,
no me guardé el que fuese, acaso,
el más importante de todos
todos mis venenos, inquiriendo:

¿no es aburrida la vida
sin posibilidad de que a veces
se te caiga al piso la cabeza
en vez de sólo flotar?
(y su imaginario suelo
optó por llorar en silencio)

Y ese chico cósmico
dejó por un momento de oscilar en la nada
para decirme:
¿no ves, tonto, que en el aire
yo me voy desvaneciendo
cada vez un poquito más?
(y mientras, palmeaba mi espalda,
con una mano ya incolora
de hace rato)

Ja!
y yo que creía
haberlo visto todo;
tanto que ciegamente creí
que lo invisible, tal vez
no estaba hecho para mí


(aire, sí; el lugar de encuentro es la Tierra. ¿Por qué levita el niño? porque es gracias a la liviandad de su espíritu intergaláctico)

2 comentarios:

  1. ¿Cómo no les preguntaste si tenían la nave de fibra y el anillo?

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  2. me dijo que eran vecinos, pero tratándose de un niño, y sabiendo que Beto ya tenía su tumba hace como 30 años levitando en la nada, preferí omitir el dato.

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