Guardarme tras mis párpados para ejercitar un viaje a más allá de la muerte. Leer la verdad en mis propias huellas (madres de su tiempo). En mi gente del alma delectar la concientizada caterva. (Miguel Abuelo)
domingo, 24 de abril de 2011
en mi encuentro
con el niño del espacio
olvidé de preguntar
todo eso que creemos saber:
¿cuántas sombras tiene cada ser?
¿cuántos amigos podrías recoger?
¿cuántas diarias sonrisas llega, en promedio, a contar?
¿cuánto tiempo soportan sin recibir amor?
Pero eso sí,
no me guardé el que fuese, acaso,
el más importante de todos
todos mis venenos, inquiriendo:
¿no es aburrida la vida
sin posibilidad de que a veces
se te caiga al piso la cabeza
en vez de sólo flotar?
(y su imaginario suelo
optó por llorar en silencio)
Y ese chico cósmico
dejó por un momento de oscilar en la nada
para decirme:
¿no ves, tonto, que en el aire
yo me voy desvaneciendo
cada vez un poquito más?
(y mientras, palmeaba mi espalda,
con una mano ya incolora
de hace rato)
Ja!
y yo que creía
haberlo visto todo;
tanto que ciegamente creí
que lo invisible, tal vez
no estaba hecho para mí
(aire, sí; el lugar de encuentro es la Tierra. ¿Por qué levita el niño? porque es gracias a la liviandad de su espíritu intergaláctico)
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¿Cómo no les preguntaste si tenían la nave de fibra y el anillo?
ResponderEliminarme dijo que eran vecinos, pero tratándose de un niño, y sabiendo que Beto ya tenía su tumba hace como 30 años levitando en la nada, preferí omitir el dato.
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