El camino marca los pasos indómitos;
La presa elige su parte más jugosa;
El asesino deja las huellas pertinentes;
El filo del cuchillo disculpa a los dedos, y los besa;
La fiebre lo deja dormirse, esta vez.
La desértica musa se viste de agua para él.
El tambor le concede al pálido, aquel toque ancestral.
El amor no exprime su piel como vulnerable cítrico.
El domingo no traza lazos con el fracaso.
Pero el hambre insiste, y cocina la muerte de alguien que aún no existe.
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