viernes, 15 de marzo de 2013

Por las tuberías... a lo largo del camino ferroso... por las mañanas, dificultoso camino, agua corrosiva que lava la cara y las partes impúdicas (o lo que mierda sea... ¿qué significa esa palabra del orto que todos usamos desde la ignorancia más inescrupulosa?); y, por cierto, en realidad, ¿de qué higiene se habla? joder... te mestiste en un tubo de agua filtrada que supo tener hasta un cuerpo flotando encima, o quién sabe, y hoy te come los huesitos con el hermoso auspicio del cloro; pero vos le das, pa, pa, pa, vía nomás en la vorágine de corazón aventurero, otrora dormido, hoy motor con alimento vasto dentro de sí para irse de Claypole a Chingolo corriendo y cantando la Marcha Peronista, y aún con tiempo suficiente y descarado, incluso, para repasar uno o dos standards hasta que escucha a su mente racional y reflexiona: Es imposible meter la viola por la cañería del ojete, para qué intentar... qué lo parió... qué papelón... uy, uy, uy, ay, ay, ay.

Hay cada forro que considera que la poesía sólo debe valerse de la puta rima, del ampuloso y/o molesto y barroco verso caldeado a muerte de empacho, de "empalagosidad", qué se yo. De todos modos uno se va al carajo porque ¿de qué mierda se trataba el verso de la cañería?

... (latencia) ...

 ¿y a mí me preguntás, boludo?

Pasan los días y necesito fuentes de inspiración para no escribir cada mierda que se me cruza, pero mi café sabe amargo como pedo de ginebra o de momia (respectivamente), y el agua de las cañerías tal vez influyó en la imposibilidad de ósmosis y correspondiente imbecilidad de mi parte, tarea de responsabilidad tal vez variable, pero que llevo a cabo con irrefutable éxito.

Como diría Artaud en su Ombligo de los Limbos: A Mirtha Legrand, lo que corresponda.

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