y un día lo supo:
descubierto el velo,
empapado el puñal pero
en indecisa agonía,
y con los ojos, como nunca, al desnudo
para aburrirse bajo tierra de una vez, y para siempre
sin nada pendiente
sin llamadas por hacer
sin manos que acariciar
sin un cuello que someter
sin el sabor indigno de la impotencia:
el rostro del enemigo
era el espejo
que todo contiene
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